domingo, 28 de octubre de 2007

MINORIAS Y PODER

La Historia en general, y en particular la historia de nuestros antepasados los griegos, nos enseña que el ejercicio de la política en general, y en particular ese ejercicio en el sistema democrático, consiste en un peculiar juego que se desarrolla entre un proyecto y una realidad concretas, que no entre una teoría dogmática y un mito.

Los partidos más o menos mayoritarios que pretenden representarnos en ayuntamientos, comunidades autónomas y gobierno estatal se encuadran, por lo que respecta a su praxis administrativa o gubernativa, entre un conservadurismo más o menos moderado y una propuesta de cambio más o menos dogmática.

Algunos ciudadanos, entre los que me cuento, con una clara definición democrática (no una fe ¡por Dios!) como elección personal y social. Algunos ciudadanos, decía, que puede ser que formemos una minoría o, quizás, un conjunto de minorías que, imposiblemente reunidas, conformarían una mayoría, desearíamos dar nuestro voto a un todavía inexistente partido que se encontrara lejos de la praxis mencionada más arriba. Creo que tenemos el derecho de que nuestro deseo sea respetado, e incluso tenido en cuenta, sin sufrir el acecho de acusaciones realizadas por miembros de los partidos más o menos mayoritarios (quizá para proteger su poder o su posibilidad de obtenerlo) en el sentido de tildarnos de poco democráticos o de poco prácticos.

Mi deseo, que supongo coincide con el de otros ciudadanos, sólo pretende elevar la escena política hacia una mayor exigencia de responsabilidad en los partidos o coaliciones gobernantes, y hacia una mayor y mejor acotación de las parcelas de poder resultantes. Pienso que saldría beneficiada una mayoría de ciudadanos (o una mayoría de minorías) y saldrían perjudicadas unas pocas minorías que, en la actualidad, detentan grandes parcelas de poder.

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