lunes, 15 de octubre de 2007

ESCENIFICACIÓN DE LA DISTANCIA

Hace ya muchos martes que pudimos ver la puesta en escena de la distancia que existe entre el político y los ciudadanos.

Esta distancia no es en sí misma desfavorable. El político tiene que mantener esa distancia para poder ejercer su labor como gestor de cuestiones generales mediante actuaciones ejecutivas y legislativas que afecten a los diversos colectivos de personas sobre los que gobierna. Se podría añadir a este principio fundamental que debe tener en cuenta las implicaciones de las necesidades y exigencias de unos colectivos con las de otros.

Ahora bien, el político debe responder a las necesidades y exigencias de los ciudadanos que le han elegido (hayan votado a su partido o no, puesto que todos los que aceptamos el juego democrático le colocamos en el cargo que le corresponda durante un cierto período de tiempo), distinguiendo entre los objetivos a corto, a medio y a largo plazo.

Las respuestas que dio el presidente del gobierno a las atinadas preguntas de los ciudadanos elegidos se mantuvieron en un plano general, de tal forma que no llegaban a responder a las cuestiones planteadas por ellos. Sobre todo porque el presidente del gobierno no era capaz de (o no le parecía conveniente) transmitir esa distancia que se hace necesaria para el ejercicio de sus funciones. Tampoco, en ningún momento, supo (o quiso) dar cuenta de cómo pretende (o si acaso pretende) responder a las necesidades o exigencias a corto y medio plazo de los ciudadanos.

Vamos a poner dos ejemplos relativos a cuestiones económicas que, como todos sabemos, son la base sobre la que se sustenta, en la sociedad en la que vivimos, cualquier enfoque político.

Un hombre mayor hizo referencia a lo que le cundía su sueldo hace unos años (pocos) y cómo había perdido poder adquisitivo desde la implantación del euro. Un hombre joven planteó el hecho de que con los mil euros que ganaba no podía acceder a la adquisición de una vivienda. El presidente del gobierno respondió relatando la buena marcha de la economía española en general y las medidas sobre vivienda que su gobierno ha puesto en marcha. Ambos ciudadanos, junto a los espectadores que seguíamos la entrevista colectiva, pudimos comprobar que sus respuestas no daban ninguna salida a las situaciones que se habían planteado. El hombre mayor seguiría con su bajo poder adquisitivo y el hombre joven seguiría sin poder acceder a una vivienda.

Desde mi punto de vista el presidente del gobierno evitó intencionadamente aceptar la situación de ambos como representativa de la situación de varios millones de ciudadanos, que es la realidad que casi todos conocemos; es más, se condolió de los problemas particulares de los dos hombres con el fin de desviar la atención hacia generalidades que, en este caso como en otros, no responden a las necesidades y exigencias reales de amplios colectivos de la población.

Creo que el hecho de pretender aislar las cuestiones planteadas por estos dos ciudadanos, como si no fueran claro ejemplo de los problemas a los que se enfrenta cotidianamente una buena parte de la población, es representativo de la actitud del político en las democracias occidentales (que tienden a acercarse cada día más al modelo de Estados Unidos). Un hecho que trasluce un despreciable pensamiento que nunca se expresa en público por parte del político, pero que está latente en las acciones (o la falta de ellas) de gobierno y oposición, y que se podría traducir de la siguiente forma: si los dos ciudadanos mencionados se hubieran ocupado de ganar más dinero no tendrían esos problemas a los que aluden.

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